En el 2007, mientras participaba en el proceso de selección y entrenamiento que me traería a los Estados Unidos como profesor de español en una escuela secundaria pública y de paso a adelantar mi maestría en liderazgo educativo, también participaba de un proceso al interior del colegio distrital en el que me desempeñaba como profesor de español: nos preparábamos para tomarnos el mega colegio que estaba a punto de ser terminado y en el que ya no seríamos la sede C de nuestro actual colegio, sino que nacería uno nuevo dentro de una de las zonas más deprimidas de la localidad de Suba.
Durante el proceso nuestra rectora, que más tarde pasaría a ser la rectora del nuevo colegio, enfatizaba en que la política de calidad de la Secretaría de Educación de Bogotá pretendía llevar “colegios nuevos a edificios nuevos”, queriendo con ello decir que la estructura administrativa y pedagógica actual del colegio tenía que ser repensada y rediseñada para elevar los estándares de calidad educativa y que para ello necesitaba maestros comprometidos con los estudiantes y la institución, para lo que nos desafiaba a tramitar nuestro traslado para otra institución si no estábamos dispuestos a enfrentar los nuevos retos.
Al interior de la comunidad de profesores del colegio había una desunión, apatía y rivalidad que iba en contravía con cualquier política de mejoramiento institucional. Los que apoyábamos a la rectora éramos considerados enemigos públicos de aquellos que libraban una guerra sin cuartel contra ella, que incluía la apertura de procesos disciplinarios en la Secretaría de Educación, la incitación a padres y estudiantes para instaurar acciones en su contra e incluso enfrentamientos verbales en reuniones de profesores, con un tono bastante elevado y de insubordinación total. La rectora por su parte, respondía las agresiones, buscaba mecanismos de defensa ante la Secretaría de Educación y elevaba quejas y procesos disciplinarios en contra de algunos de aquellos maestros.
Muchas veces he escuchado a colegas que cuentan historias acerca del liderazgo de sus rectores y coordinadores y lamentablemente los aspectos negativos sobrepasan los positivos: los colegios parecen no tener un horizonte claro que permita elevar el desempeño de los estudiantes en las pruebas de estado (SABER e ICFES), como prueba de la pertinencia de los procesos administrativos, pedagógicos y de convivencia que se implementan.
La Secretaría de Educación Distrital ha hecho ingentes esfuerzos para mejorar la calidad de la educación en la ciudad y prueba de ello es el gran número de nuevos y modernos colegios que han sido construidos, los colegios que han sido restaurados, la dotación de aulas y laboratorios, los programas de atención a la población más vulnerable como los refrigerios escolares, los subsidios condicionados a la asistencia, transporte escolar, etc. También cabe mencionar que las cifras de matrícula y permanencia han mejorado considerablemente . La Secretaría de Educación también ha hecho grandes inversiones en programas de profesionalización docente, que incluyen becas para cursar maestrías.
Sin embargo, los resultados que los colegios públicos Bogotanos obtienen en las pruebas ICFES no son los mejores, dadas las garantías logísticas y la inversión en todos los campos que la SED ha hecho. La brecha entre colegios públicos y privados es aún muy grande, aunque los colegios públicos sean modernos y nuevos .
Tenemos que repensar la otra estructura de nuestros colegios: la estructura pedagógica. Y para ello, son los directivos docentes quienes llevan sobre sus hombros la responsabilidad de direccionar la institución hacia altos estándares de desempeño académico de sus estudiantes. La responsabilidad de la calidad ahora recae sobre los directivos docentes y son ellos los llamados a revolucionar la educación, no solamente en Bogotá, sino en todo el país.
Ahora la pregunta es ¿cómo ejercer un liderazgo educativo eficaz que permita mejorar los procesos de enseñanza-aprendizaje en nuestro país? Y surgen otras preguntas:
1. ¿Tienen los directivos docentes las habilidades necesarias para liderar escuelas del siglo XXI?
2. ¿Cómo ejercer un liderazgo pedagógico y curricular que comprometa a los maestros con su tarea formativa, en un ambiente de participación y colaboración?
3. ¿Están los administradores escolares recibiendo capacitación y actualización continua?
4. ¿Están nuestras escuelas siendo administradas como una organización en la que sus miembros conocen y comparten una misión, visión y metas claras y alcanzables?
5. ¿Qué estrategias tiene el mando central a su disposición para establecer responsabilidades de los directivos docentes cuando los resultados no son los esperados? ¿Hay un sistema de apoyo y seguimiento de la tarea de los líderes educativos?
6. ¿El mando educativo central ha establecido procedimientos que permitan establecer planes de acción que hagan frente a niveles bajos de desempeño de los estudiantes en pruebas estatales? ¿Cómo enfrentan los directivos docentes los bajos resultados de sus escuelas? ¿Qué acciones concretas se llevan a cabo?
7. ¿Están nuestras escuelas moviéndose al ritmo del mundo globalizado para atender a nuestros ciudadanos del siglo XXI o estamos aun utilizando modelos y metodologías de décadas anteriores?
8. ¿Son conscientes los directivos docentes de la diferencia entre liderazgo y gerencia?
No me cabe la menor duda de que nuestras escuelas necesitan líderes que promuevan su crecimiento como una organización en la que todos sus miembros se sientan parte integral, importante y protagonista del éxito académico de los estudiantes, quienes son la única razón y núcleo central del quehacer educativo. Este líder tiene que hacerse responsable de sus éxitos, pero también tiene que responder ante toda la comunidad educativa por sus fracasos. Y esta tarea ha de llevarse a cabo con la participación comprometida de los maestros. Qué tarea la del líder!
Nuestras escuelas no necesitan gerentes, necesitan líderes y para ello hace falta algo más que un título universitario: se necesita visión, pasión y una gran habilidad para hacer que toda la comunidad educativa trabaje del mismo lado, de tal manera que la organización no sea un campo de batalla como el descrito al comienzo, sino un lugar donde se conjuguen el saber, la pasión por la tarea formativa y la decisión de entregarse en cuerpo y alma por nuestros ciudadanos del siglo XXI.
“Más nadies se crea ofendido,
Pues a ninguno incomodo;
Y si canto de este modo
Por encontrarlo oportuno,
NO ES PARA MAL DE NINGUNO
SINO PARA BIEN DE TODOS”
El Gaucho “Martín Fierro”, 1879